Hace un mes de la muerte de Thiago, el niño que se atragantó con una uva a cien metros de un centro de urgencias cerrado
Los medios ya han dejado de buscar culpables, otra tragedia lo ha desplazado, pero sus compañeros del cole siguen poniendo juguetes en el semáforo junto al que dejó de respirar; no lo olvidamos.
He esperado todo este tiempo para decir lo que pienso por respeto a la familia y por no participar del circo mediático, que tiene en las desgracias ajenas un lamentable filón. Pero no quería que esto quedara sin decir.
Thiago no se murió por que se le diera una uva: miles de chiquillos de tres y menos años comieron uvas al mismo tiempo esa noche; probablemente él mismo había comido ya docenas de uvas y otras cosas de características similares (caramelos, mismamente) sin problema. No culpemos, por tanto, a la familia, que ya tiene bastante: que se empapizara fue cuestión de mala suerte, no negligencia.
Tampoco murió porque unos tarados de fiesta pasaran de largo y no pararn el coche ante la petición de ayuda; a ellos les deseo todo el remordimiento posible, pero el viaje en coche tampoco lo habría salvado, por muchos límites de velocidad que saltaran.
Mucho menos porque su madre y la vecina no hubieran hecho un curso de primeros auxilios y no supieran hacer maniobra de Heimlich: una madre no tiene la obligación de ello, aunque quizás sea buena idea.
El menor murió a poco más de cien metros de un centro de salud que, hasta el año 2.000, contaba con un servicio de urgencias abierto toda la noche pero que el 31 de Noviembre del 2018 estaba cerrado. El Centro de Salud del Natahoyo, como otros en Xixón, sufrió dos recortes consecutivos, uno que quitó el horario nocturno y otro, en el 2010, que bajó a las 20:00 la hora de cierre, quitando el servicio también los fines de semana y festivos, con la propuesta encima la mesa de quitar también en las tardes.
A Thiago lo mataron los recortes en sanidad. No es el primero ni será el único.
Llucía F. Marqués
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