Quien trabaja orgulloso lo hace a rostro descubierto y a la luz del día. Si, además, lo que se hace es por el bien común o como poco, agradable para la población, es habitual que los políticos aprovechen la ocasión para la foto, la fanfarria y el aplauso público. Nada más el ladronzuelo, quien tiene algo que ocultar o se avergüenza de lo que hace anda a escondidillas, lejos de cámaras y espectadores
Así se ha puesto la banderona de Uviéu, 54 metros cuadrados de verguenza izados por operarios de madrugada, para que los madrugadores encontraran ya el hecho consumado al rayar el alba. Una bandera monárquica de proporciones megalómanas en la más emblemática plaza de Uviéu, punto central de tantos encuentros y revindicaciones, alzada a escondidas, con nocturnidad y alevosía, sin fotografía oficial, sin acto ni proclama. Porque saben lo que están haciendo, saben que ponen el trapo en contra de las voluntades del pueblo. Desde que ahora, cámaras y vigilancia continua garantizarán que nadie atente contra la prueba irrefutable del poderío patriarcal español: ellos la tienen más grande.
Quizás el mejor punto de vista para ver cuestión sea el propuesto por algún avispado en las redes: desde el Culis Monumentálibus de la Calle Pelayo. Las utilidades de la bandera, desde esta perspectiva, las dejo a la imaginación del lector.
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