Historias del Coronavirus IX: Instinto policial

  • 23 marzo, 2020

Son muchos los lectores que me mandais al mail vuestras historias, paciencia que irán saliendo… hoy escojo esta, que llega desde uno de esos pueblos asturianos que habitualmente tienen apenas un centenar de habitantes, menos cuando es verano o ha cuarentena, que multiplican por cinco gracias a la visita de meseteros

Paso a transcribir el testimonio:

De mi casa a casa de mi suegro hay un par de kilómetros por caminos. En estas fechas están los caminos preciosos, se huele a flor nueva y se oyen los pájaros en todas partes; no negaré que el paseo que doy, día sí día no, hasta allá, es el momento más agradable de este confinamiento. Tengo ir porque todo esto ha pillado a mis suegros en el piso que tienen en la capital y es completamente impensable que hagan el viaje desde Uviéu aquí, nada más para atender a los animales. Así que subo a echar de comer y cambiales el agua a los conejos, las gallinas y un par de ovejas que tienen en la finca y vuelvo para casa. Lo hago a media mañana, de la que ya se ha ido la gente que va a las fábricas, a los hospitales o al que sea su trabajo en tiempo de crisis, para tropezame con los menos posibles.

No hay vecinos, ni siquiera paso por ninguna casa habitada desde que salgo de la villa. Bueno, ese habitualmente, porque estos días dos de los chalets están ocupados por hordas de veraneantes. En uno de ellos es la fiesta continua, con la música a grito pelado (¿quién será esa «Tusa»?) y barbacoas en el prado. Allá ellos, si no salieran de ahí no me estorbaban, pero ese no es el tema de hoy. Los del otru chalet, casi en frente del primero, no se dejan ver, o por lo menos no se les veía. El miércoles he creído vislumbrar uno asomado entre las cortinas y he saludado, que uno es educado, pero se han escondido. El viernes estaban en el corredor unos cuantos y empezaron a gritarme cuando pasaba rumbo a la finca. Los he saludado desde lejos y he tirado para adelante, receloso. El domingo me esperaba  la benemérita en medio el camino -todo lo hay que decir, sin mascarillas ni hostias, que ellos son muy gallos-.

Que tengo una denuncia. Que hay unos vecinos que me acusar de salir a pasear impunemente, esparciendo el virus sin control entre los zarzas y las avellanos. Que eso está prohibido y que les dé el DNI, que no lo llevo encima para dar de comer a los animales. Me han hecho ir a casa a por el carnet y me han acompañado después a comprobar mi versión de los hechos, quedando conformes tras ver el hambre con la que las ovejas venian a recibirme.

Volví para casa rascando la oreja.

Me denunciaran unos «vecinos». Putos madrileños.

No os perdais Hestories del Coronavirus I, II, III, IV, V, VI, VII y VIII


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