Asturies vive anclada en el pasado. En un pasado que forjó a sangre y fuego el dictador Franco, en una época en la que las convulsiones políticas en Europa dieron paso a movimientos fascistas que pretendian igualar a todas las personas y convertirlas en nuevos fascistas para su causa. Asturies aún vive subordinada al desprecio a todo aquello que la hacía, y aún la hace, diferente y única
Fernando Nicolás Velasco
Recuerdo vívidamente cuantas veces asistí de pequeño a la cabalgata del día del Bollo, el domingo de Pascua, por las calles de Avilés. Por allí desfilaban gigantes y cabezudos, majorettes, unas personas disfrazadas de cocineros que portaban unos inmensos cubiertos de madera y que creo que venian de algún lugar de Euskadi, la banda de música de Aviles, las carrozas… Abrían el desfile unos carros del país tirados por bueyes y entre medias del resto de agrupaciones, circulaban algunos gaiteros y grupos de baile que ejecutaban danzas asturianas. Por supuesto, los niños y niñas montados en las carrozas lucían sus trajes de asturiano y asturiana con gracia.
Todo al más puro estilo folclórico.
Para mi, visto ahora, ese pequeño despliegue de asturianía no era más que un burdo show con el que se pretendía ilustrar lo pintoresco de ciertas manifestaciones de la cultura asturiana, pero dando a entender que el sitio que debían ocupar era simplemente ese: una anéctoda en medio de un variopinto grupo de “charangas”. Se ponía a los gaiteros al mismo nivel de las majorettes o de unos cocineros con tenedores de madera que hubieran hecho las delicias de Gulliver en Liliput. Incluso los padres se limitaban a disfrazar a sus hijos e hijas con trajes de algo pasado y rural y que, en vez de enorgullecerlos, les hacía gracia. “Que mona está la niña”.
Que esto ocurriera en los primeros años posteriores a la muerte de Franco podría entenderlo como una inercia de las obligaciones que imponía el régimen dictatorial y supresivo. Pero que siga ocurriendo hoy en día, me hace temer que aquel mensaje opresor y anulador de nuestra identidad se ha clavado muy hondo en la sociedad asturiana.
Los ataques a un bien cultural, a parte de nuestro patrimonio como pueblo, como es la lengua asturiana, sólo me dejan entrever dos cosas. Por un lado, un ataque del nacionalismo español (más bien debería decirse castellano) a lo diferente y por lo que teme perder su peso y su posición dominante en nuestro país. Por otro, el gran complejo de inferioridad de asturianos a los que se les ha inculcado que su cultura es inferior a la castellana (o debería decir española?) pues no es más que un acto flolclórico y hay se debe quedar. En un ámbito minúsculo, familiar e íntimo. En un día de recuerdo vago y circense, pero que no puede y no debe ser vivido en cualquier otro estamento de la cotidianidad.
Esta pasada semana he leído, incrédulo, dos noticas a mi parecer aberrantes. Por un lado, el anterior presidente de Asturies, o del principado para él, Javier Fernández, pidió ayuda en su época de presidente a un medio de comunicación de Madrid para desprestigiar el idioma asturiano con el fin de evitar a toda costa una futura oficialidad del mismo. Por otro, un partido de ámbito estatal, Ciudadanos, condiciona cualquier apoyo a los presupuestos generales de Asturies al rechazo por parte del partido en el gobierno a ese misma oficialidad. Hago aquí un pequeño inciso y yo mismo pongo en duda de que ese partido, el PSOE, esté realmente a favor de declarar oficial la lengua asturiana.
Ambos sujetos, Javier Fernández y Ciudadanos, argumentan que este hecho puede derivar en un surgimiento de un movimiento nacionalista asturiano y lo consideran un hecho peligroso. Ambos piensan que el nacionalismo es pernicioso. Desde luego, no matizan sus consideraciones. Ambos son nacionalistas españoles, pero se niegan a admitirlo. Lo que ambos realmente consideran es que la preeminencia del nacionalismo español que ellos quieren para Asturies puede estar en riesgo.
El nacionalismo, bien entendido como amor a la tierra, como un deseo de prosperidad y de mejora del conjunto de la sociedad, nunca es dañino. Lo que es malintencionado es el nacionalismo supremacista, que pretende anular a otros pueblos e imponer su historia y su cultura, borrando todo rastro de estas manifestaciones en aquellos a los que pretende absorber.
Desde luego, ser nacionalista supremacista, y por lo tanto excluyente, es muy negativo. Pero aún más lo es el hecho de negarlo. Y es muy peligroso el hecho de ni siquiera aceptarlo. Es decir, pensar que uno no lo es. Porque de esta forma encuentra justificación en todas sus creencias sin ni tan siquiera reflexionar sobre su validez y acierto.
Asturies vive anclada en el pasado. En un pasado que forjó a sangre y fuego el dictador Franco, en una época en la que las convulsiones políticas en Europa dieron paso a movimientos fascistas que pretendian igualar a todas las personas y convertirlas en nuevos fascistas para su causa. Asturies aún vive subordinada al desprecio a todo aquello que la hacía, y aún la hace, diferente y única. Los asturianos y las asturianas, en una gran parte, desprecian su idioma y lo consideran inferior al castellano. Algunos, incluso van más lejos y no lo reconocen como lengua, tan derivada del latín como aquel, haciendo oidos sordos a los estudios lingüísticos. Nos han convencido tanto de que somos una sociedad atrasada, que sólo aquello que venga de la metrópoli, la capital del estado, es tomado por moderno y culto. Piensan incluso de que nuestro autogobierno no debe progresar y debemos seguir los dictados de aquellos que están más avanzados que nosotros.
Pero la realidad es que viven en el pasado y que no lo quieren ver.
El futuro es reconciliarse con lo que fuimos y lo que realmente somos. La modernidad es abrazar nuestra lengua, aceptar nuestras tradiciones y su evolución propia. Afianzarse como sociedad, construir nuestro propio futuro. Ser moderno es ser asturiano y no dejarse arrebatar la idiosincrasia.
Solo un país moderno tendrá su lugar en el mundo actual.
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