Ocupa las redes, con apoyo de la prensa, el debate cuasi continuo sobre la legitimidad de obligar a vacunarse a quien en un quiere versus el egoísmo asesino de aquellos que tienen cierta prevención al poner una vacuna de la que apenas existen estudios. Con ello tenemos, gracias al esfuerzo polarizador de la prensa oficial y de las certeras palabras del insigne presidente, una nueva batalla entre buenos y malos con la que entretener a la población con dedo acusador, el escenario ideal para despistar de la lamentable gestión de la sanidad asturiana. Unos sencillos cálculos mostrarán lo estéril de este enfrentamiento, ya que el problema tiene poco que ver con el querer o no querer vacunarse
Me contaba un medico, buen amigo, que esto viene a ser como tener diez mil personas muriendo de sed y una botella de líquido, que lo mismo podría ser sidra que agua. El debate no estaría en si ese líquido es bueno o no para la deshidratación, ni si los afectados quieren o no beber. El problema es que no hay suficiente. Hecha esta introducción, paso a echar cuentas.
Asturies tiene 1.019.993 habitantes. La vacuna Pfizer necesita una doble dosis, con lo que estamos hablando de 2.039.986 vacunaciones. Repartidas en todo el año, considerando que no se pare ningún festivo ni fines de semana, sería preciso 5.589 vacunaciones al día.
El procedimiento de vacunación no es sencillo: primero por que cada dosis viene perfectamente empaquetada y una vez abierto el recipiente, la prescripción medica indica diez movimientos del frasco, disolver el contenido para obtener de cada recipiente cinco dosis, otros diez movimientos, extracción de la cantidad exacta para una dosis y finalmente si, la vacuna. O no, porque casi olvido que antes de vacunar es obligatorio leer a cada paciente la información completa, posibles complicaciones y efectos secundarios, pasando seguidamente a resolver dudas y firmar consentimientos, un proceso que está durando una media de otros diez minutos.
En síntesis, siendo muy optimistas, tenemos una vacuna cada veinte minutos por cada equipo, 24 en total para una jornada laboral. Serían precisos 233 equipos de vacunación con dedicación exclusiva y máxima eficiencia las ocho horas durante 365 días. Cada equipo costa de un mínimo de tres personas, con lo que se precisa un contingente de 700 sanitarios contratados ex-profeso para conseguir finalizar con las vacunaciones en un año.
El hecho es que no se ha contratado ni una sola persona para desarrollar esta tarea, sino que, trasladando el milagro de los panes y los peces a la multiplicación del esfuerzo laboral, la vacuna la están poniendo los mismos sanitarios que ya no daban a basto antes de la crisis sanitaria y que se han declarado saturados antes de comenzar con la campaña de vacunación. Los mismos que tendrán que dejar de hacer su trabajo habitual o retrasar mucho, mucho, el ritmo de vacunaciones.
Pero tranquilos, porque tampoco por esto hay que preocuparse, porque como tan orgulloso cacarea Barbón, en nada más una semana se ha consumido el ochenta por ciento de las vacunas que se nos habían asignado por ahora, un total de 9.707 personas en total que han recibido su primera dosis -volviendo a los cálculos iniciales, menos de lo que haría falta vacunar en dos días para acabar en un año-. Así que tranquilos, no hay razón para preocuparse porque la gente no quiera vacunarse, ni porque no haya personal ni medios para vacunar, porque lo que no hay son vacunas suficientes.
Lucía F. M
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