El año pasado, tal día como hoy, escribía un artículo titulado exactamente igual que este. Estuve tentada de copiar y pegar, repetir artículo, quien quiera leer verá que sigue estando 100% actualizado
Hay más carteles, si, se habla más, mucho más del tema. De ser tabú ha pasado, paso importantísimo, a ser políticamente correcto. Ha Quedado claro, a lo largo de este año, de que el acoso a las mujeres traspasa todo límite geográfico, económico y política. En la entrada mi ciudad hay un cartel que dice “Xixón dice NO a las violencias machistas”, como medía disuasoria, intuyo.
Sin embargo, en este último mes, tres mujeres “han desaparecido” en Asturies; de una sabemos que está muerta. Las mujeres nos pasamos notitas en silencio por el wasap “no vayas sola con el coche” “ten cuidado”. Tenemos miedo.
También en Asturies, hace poco, un grupo de abogados cristianos ha denunciado tres clínicas por ofertar, entre su servicios y de forma perfectamente legal, el de practicar la interrupción voluntaria del embarazo.
Las pensionistas asturianas cobran la mitad que los pensionistas… y eso en el caso de quienes cobren algo. Las maestras cobran un 14% menos que los maestros.
Unas 1.900 asturianas al año dejan sus empleos para cuidar de personas dependientes. 87.000 mujeres declaran encontrarse en paro por “atender del hogar”, frente a 6.100 varones en la misma situación.
No se pueden aportar cifras concretas por cuestiones evidentes, pero todos sabemos que la práctica totalidad de los trabajos en negro de más baja remuneración -limpieza, cuidado de menores y de viejos- recae en mujeres.
La pobreza en el mundo tiene nombre de mujer: el 70% de las personas en extrema pobreza son de sexo femenino.
Nueve de cada diez mujeres han padecido algún tipo de acoso o abuso sexual a lo largo de su vida. Yo no conozco a esa una.
De modo menos visible, en Asturies las mujeres padecemos una doble jornada agotadora, la laboral, en la que es habitualmente explotada, malpagada y menoscabada en su labor, que se suma a la familiar, en la que atiende a hijos y personas dependientes, además de las labores de la casa, pocas veces compartidas. Las consecuencias a nivel personal son claras, agotamiento, falta tiempo para si misma, abandono de intereses y proyectos personales… pero a nivel social esta doble jornada también tiene consecuencias terribles: falta de participación social, escasez de presencia política, ausencia de representación, menor empuje profesional y por tanto, masculinización de todos los ámbitos.
Estos son algunos de los argumentos por los que mañana no escribo. Podría seguir. Igual es tiempo de pensar en algo más que poner carteles y hacer declaraciones de intenciones.
Llucía F. Marqués
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