Recogido en el Facebook de David M. Rivas
La generación de mis padres trabajó duramente desde su más temprana juventud, ahorró para tener cierto bienestar y, sobre todo, para dar una mejor vida a sus hijos. Muchos tuvieron que emigrar a Francia, a Bélgica, a Alemania…
Mi generación creció creyendo que si te esforzabas y si estudiabas tu futuro iba a ser mejor que el pasado de tus padres y que el mérito personal te abría puertas. La generación de mis hijas es consciente de que no tendrá vivienda propia, que tendrá trabajos precarios, que pagará su sanidad y la educación de sus hijos, que no tiene una pensión asegurada cuando finalice su vida laboral.
El mérito ha dejado paso a la corrupción y el esfuerzo en la universidad, si es que optan por ella, se sustituye por el privilegio y la trampa. Y, por si fuera poco, hasta la libertad de expresión, piedra angular de una democracia, es menor que la que tuve yo con treinta años, como afirma la misma Amnistía Internacional.
Los pocos que quedan de la generación de mis padres se entristecen al ver a sus nietos. ¿Qué hacer? ¿Tal vez tomar las armas como hizo la generación de mis abuelos? Ni eso: hoy con una astra y un kalasnikov no atracas ni un Carrefour.
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