No sabemos si se trata de un trastorno de la personalidad o si en Piloña aún no un se han enterado de dónde viven; lo que parece claro es que la falta de autoestima empuja a la falta de aprecio por la identidad propia y al enaltecimiento de lo ajeno
Si hace unos meses los amantes de la tradición asturiana echaban humo con la cellebración de la Feria de Abril en Infiestu, ahora cambiamos de escenario y nos encontramos con los Sanfermines por las calles de Piloña: surrealismo cultural disfrazado de fiesta que, como quien en un quiere la cosa, va diluyendo lo de nuestro para dejar paso a las, por otro lado perfectamente respetables, celebraciones de otros.
El San Fermín piloñés suma ya seis ediciones copiando, medio en serio medio en broma, los populares (y ahora mismo polémicos, tanto por el maltrato animal como por los casos de abuso sexual) festejos pamplonenses. Misa, procesión de santos, chupinazo, pañuelos, menú especial San Fermín, música navarra y parodias de toros corriendo por las calles; 7 días de encierros y por supuesto, canto final del «Pobre de mí». No se les escapa ni un detalle que deje intuir que están en Asturies.
La camaleónica capacidad de este concejo, empeñado en camuflarse de otros y trasplantarse fuera del país, para olvidar la propia identidad es digna de estudio psicológico. Mientras tanto, sus habitantes anhelan entrever algo de si mismos entre los trajes a lunares y los pañuelos rojos.
Llucía F. Marqués
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