Hay una relación muy estrecha entre el concepto de juego y el concepto de fiesta, porque los dos tienen un contenido de actividad lúdica, de busca de libertad y, en definitiva, de ruptura con el hacer del día a día, tantas veces monótono y enajenante. Las fiestas populares son producto de una larga evolución histórica en la que se mezclan dos elementos primordiales: los ciclos naturales y las ideas religiosas
La sociedad tradicional, de base agrícola y ganadera, medía el tiempo en función del cambio las estaciones, de los períodos de cosecha, siembra o matanza, del ciclo manzana-sidra, etcétera. Para interpretar el devenir y, si era posible, realizar predicciones, el hombre se dará un conocimiento puramente empírico: si el cuclillo llegaba en marzo, le iban a seguir las nieves; si nevaba a primeros de febrero, el invierno iba a ser breve; si se escuchaba la mar desde un sitio determinado del interior, iban a venir largas semanas de lluvia… Esta observación dió origen a una religión naturalista básica que fue mezclándose con las religiones que, una tras otra, fueron entrando en el país.
De esta manera las creencias y mitos más antiguos han sido solapándose con tradiciones celtas, romanas y germánicas para, más tarde, ser cristianizadas. Sin embargo, el sustrato arcaico pervivía y sigue perviviendo. Ello fue así porque se dieron tres condiciones que no dieron el brazo a torcer de modo tan poderoso en otras tierras.
En primer lugar, las culturas atlánticas y nórdicas teníen un sustrato común con la cultura más primitiva asturiana, con lo que la fusión fue sencillísima. En segundo lugar, los romanos, además de interferir menos en los pueblos de Asturies que en otros porque nunca los dominó completamente, eran muy tolerantes con las diferentes religiones. Y, en tercer lugar, el cristianismo tardó mucho en calar en Asturies –muchos autores afirman que no lo hizo hasta el siglo XIX- porque los habitantes rurales estaban muy apegados a sus viejas creencias, mientras que en las ciudades el cristianismo creció rápidamente. Esto tiene gran importancia porque Asturies fue un país rural hasta el último tercio del siglo XX.
En este proceso, aquellos ciclos que los hombres observaban y con los que incluso pretendían prever el futuro fueron también cristianizaos. Así aparecen santos, vírxgenes y cristos en las fechas señaladas desde antiguo, sea la llegada el cuclillo, las fiestas de la diosa romana Februa o el samain, el día de año nuevo de los celtas. Así san Antón, el lobo, la vaca o la Virgen el Carmen conviven sin problemas. Todas estas circunstancias posibilitaron que los ciclos festivos asturianos permanecieran fieles a la tradición, lo mismo que pervivieron bailes y cantos de gran antigüedad y manteniendo su pureza.
En los ritos festivos Asturies presenta grandes diferencias con el resto la Península Ibérica. Son varias las razones. La primera es geográfica: ha estado mucho tiempo aislada por la dureza física y climática de sus verticales cordilleras, su escarpada costa y su mar bravía. De otro lado, pertenece al tronco cultural atlántico, lo que comparte con Galicia, el norte de León e el norte de Portugal, bien apartado de la cultura de base mediterránia de las tierras al sur e el este. También ha influido, como ya habíamos apuntado, la escasa y tardía penetración del cristianismo. Y, para terminar, fue importantísimo la ausencia en la edad media de influencia árabe y de tradición islámica, un largo tiempo histórico en el que cuajaron lenguas, costumbres, tradiciones gastronómicas, los juegos, las fiestas…
Toda esa evolución nos llevó a la romería, que es cuásique sinónimo de fiesta el pueblo.
El término romería nos lleva al romero, una planta medicinal de gran importancia simbólica en la alta edad media, extendida en los tiempos de Carlomagno y con la que Sabel de Ungría, santa Sabel, elaboró un alcohol bueno para las articulaciones y que aún se emplea: el alcohol de romero o también agua de la raina de Ungría, como se dice aún en algunas partes de Asturies. Santa Elena, madre del emperador Constantín, fue la primera en hacer romería, tal y como hoy lo entendemos. Era peregrinar a sitios sagrados, buscando reliquias o lugares tocados por la divinidad. No era nada nuevo: desde el origen de nuestra especie siempre buscamos lugares teofánicos donde comunicarse con el cosmos. Por eso nuestras romerías, sean de cristos o de vírgenes, tienen como lugar central la iglesía o la ermita, sí, pero siempre hay un prado, un rio, una fuente, un tejo, un roble, una cueva… La nueva religión, el cristianismo, se fija sobre la más vieja, que a su vez nos retrotrae al neolítico o al paleolítico.
Hay cosas que nos son tan cotidianas, tan normales, tan simples, que no somos capaces a ver en ellas una grande y profunda tradición. Las fiestas rurales asturianas, nuestras romerías, nos llevan hacia atrás en el tiempo, a miles de años, antes de que los dioses fueran dioses y que las naciones fueran naciones. Cuando bailamos y cantamos delante de la Vixe el Carme, como es el caso de Candanal, estamos haciendo lo mismo que los nuestros antepasados hacían contra la diosa madre delante de la cueva o de la cabaña.
David M. Rivas Infante
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