Ayer subí al Abiduriu, Puerto de Tarna, comu parte del homenaje anual que Andecha Astur hace a los asturianos que desde allí defendieron el país del avance del fascismo
Llucía F. Marqués
Diez años sin subir a la montaña ni hacer deportes pasan factura y la subida, más de tres horas monte arriba entre alecrín punzante y sin camino fue más una peregrinación o acto de fe que una agradable excursión campo a través.
Me dió tiempo a reflexionar.
Pensé sobre nosotros, sobre la gente que sigue hacia delante, aunque no se vea camino, a pesar de que tal vez parezca una locura, sabiendo nada más dónde quieres llegar, y entonces yendo; con la única confianza de saber que otros antes llegaron, otros de los nuestros, y que por mucho que nos quieran hacer ver que es imposible, puede hacerse.
Reflexioné sobre Asturies. Lo que queremos decir cuando decimos país. Más allá y por encima (en todos los sentidos) de ciudades, sidrerías, playes apiñadas de turistas, pueblos semiabandonados y fiestas, Asturias es esto, este gran animal verde durmiente, estos parajes en los que el ser humano es poco más que un accidente casual esporádico.
Pero sobre todo he pensado sobre ellos. Los hombres que subieron, muchos desde Xixón, a una montaña a 1.800 m. de altura y crearon con sus manos trincheras en la misma roca, costruyendo una línea de defensa comparable a la línea Maginot que quiso parar el fascismo en Francia. Cuando se nos llena la boca hablando de “defensa heroica contra los ejércitos de España, Alemania e Italia” no podemos olvidar estas trincheras, donde nuestros soldados, abandonados por una república española traidora y cobarde, esperaron al enemigo.
Contaba mi abuela que cuando volvían para casa, derrotados, no alzaban la mirada del suelo de verguenza. Quiero creer que sabiendo que seguimos aquí, en la lucha que comenzaron, alzarán la cabeza y sabrán que no han sido derrotados; no del todo.
La lucha sigue. El enemigo es el mismo.
República Asturiana.
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