Un cliente entraba en un bar con unos colegas, con la sana intención de desayunar tranquilamente. Detrás de la barra lo aguardaban enmascarados de aspecto inquietante, ocultos tras de una bandera que representa represión, fascismo, la derecha más española y retrógrada. La reacción es la más sensata: salir del bar e ir a otro
Esa la es sencilla historia, acaecida en la Avda Galicia de Uviedu y tuiteada el 6 de julio por su protagonista -que se presenta en redes como Formícido- y que tiene ya más de 700 retuits, 2’6 millones de «me gusta» y centenares de comentarios.
Su tuit inicia una reacción en cadena en la que cientos de personas reconocen hacer lo mismo o se plantean empezar a hacerlo, personas que saben que los símbolos tienen un significado y que sí, importa, una bandera monárquica de España en el hocico no es un detalle anecdótico ni decorativo, es una declaración de principios e intenciones que cualquiera con un poco de cultura puede leer.
La importancia del hecho radica en la toma de conciencia de que se puede hacer algo al respecto, no se tiene porque aceptar como «normal» o «inevitable» el convivir con los símbolos de quienes son y han sido violentos represores de las libertades, acérrimos odiadores de todo lo asturiano, salvajes defensores de las desigualdades.
Cómo señala uno de los muchos tuits que replican a Formícido, nadie tiene porque tener en su establecimiento símbolos que defiendan el racismo, la xenofobia, el machismo, el clasismo… y si los tiene, lo mínimo que podemos hacer es no entrar, no consumir y mostrar publicamente nuestra disconformidad con la exhbición pública de estos.
Por tanto, yo me declaro publicamente como una de las personas que rehusan el contacto con los portadores de estanquera y uno mi voz a la de todos los que proclaman #conbanderadespañanon.
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