Fernando Nicolás Velasco
Asturies es como el hijo que se niega a abandonar el hogar de sus padres y se limita a pasar los días en pijama, sin visión por su futuro, sin querer mejorar su existencia, únicamente regida por las normas de sus progenitores, marchitándose a su mismo ritmo. Anclada en el pasado, viviendo una falsa seguridad
mayoría de edad, como elemento legal, confiere a las personas una serie de derechos y obligaciones desde el momento en que estas cumplen unos determinados años. Normalmente, como así ocurre en la mayor parte de los estados occidentales, se fija a partir de los 18.
Los ciudadanos, a partir de este momento, son plenamente responsables de sus actos, excepto cuando obviamente concurran circunstancias que limiten sus capacidades mentales, y no precisan de una tutela ejercida por otras personas sobre ellos.
Salvo casos muy poco frecuentes, las personas tienen necesidad de volar solas, tomar sus propias decisiones, construir su futuro y no depender de los designios de otros sobre sus cuestiones fundamentales. Las personas, cierto es que con determinadas limitaciones marcadas por la ley para que la convivencia sea justa y sin abusos, son libres. Con sus derechos y obligaciones, pero libres.
Gracias a esta libertad, decidimos si queremos casarnos y con quien lo hacemos. También valoramos nuestros deseos profesionales y cuanto estamos dispuestos a sacrificar para conseguirlos. Tomamos, o no, parte activa en defensa de lo que consideramos justo. Nos vamos a vivir a tal o cual sitio, y nos compramos una casa. En definitiva, tenemos unos sueños que perseguimos por nuestros propios medios (y que una sociedad realmente justa ayudaría a conseguir, pero ese no es tema de este artículo)…. En definitiva, cumplimos con nuestras obligaciones, ejercemos nuestros derechos y de alguna manera, luchamos por ampliarlos.
Sobra decir que la mayoría de edad legal es un suceso jurídico, pero que las personas, de forma general, alcanzamos un estado natural de “adultos”. Y entonces deseamos tomar las riendas de nuestras vidas. La mayoría de edad consolida legalmente ese estado.
A las sociedades, como es lógico, no se les otorga esa mayoría de edad. Pero si que cabe evaluar y analizar cuando una sociedad puede considerarse adulta.
Al igual que las personas a título individual, una sociedad adquiere su mayoría de edad, o estado adulto, o maduro, como queramos llamarlo, cuando se decide a tomar el mando y el rumbo de su existencia. Cuando no se deja manipular por otra y cuando hace de sus necesidades y sus valores su principal objetivo. Una sociedad mayor de edad no puede estar maniatada y viviendo a la sombra de otra. Así pierde su idiosincrasia y los elementos que la hacen particular, y se diluye dentro de esa.
Hoy en día, y como sociedad, Asturies es menor de edad. Pero lo es porque quiere serlo. Es como el hijo que se niega a abandonar el hogar de sus padres y se limita a pasar los días en pijama, sin visión por su futuro, sin querer mejorar su existencia, únicamente regida por las normas de sus progenitores, marchitándose a su mismo ritmo. Anclada en el pasado, viviendo una falsa seguridad.
Los problemas de Asturies, que no son pocos, no se resuelven pidiendo ayuda a Madrid. Un niño, menor de edad, puede requerir la intervención de sus padres cuando se encuentra en dificultades, pero un adulto tiene la obligación moral de resolverlas por si mismo. Entre otras cosas, porque sus padres ya no son capaces de ayudarlo a hacerlo. Y sus padres, que también son personas, llegará el momento en que necesiten y quieran resolver las suyas en primer lugar.
La sociedad asturiana debe tomar conciencia de lo que es y lo que quiere ser. Debe comportarse como adulta y debe mirar a los demás como iguales, no como superiores. No debe tener miedo a los desafíos del mundo, o nunca podrá sortearlos. Es necesario que tenga sus sueños y se establezca sus metas, y no dejar que sea el gobierno central el que se las marque. No debe conformarse con vivir de las migajas que este le da, y no debe aceptar los límites que este le pone a su crecimiento y su visión de su propio futuro.
La sociedad asturiana debe empezar a dar pequeños pasos, pero con firmeza y seguridad, pues son los que asentarán su lugar en el mundo. Debe fijar el derecho a utilizar su lengua propia, vindicar sus costumbres y dignificarlas, aceptar que forma parte de una cultura atlántica diferente a la mediterránea (que no es ni mejor ni peor, pero sí diferente).
Debe exigir que las cotas de autogobierno vayan en progresivo aumento. Debe defenderse ante las agresiones externas y no quedarse cruzada de brazos aceptándolas con resignación porque nadie sale en su auxilio. Es que nadie lo hará. No es tan complicado de ver.
Debe ver cuales son las opciones políticas que creen que Asturies ha de caminar hacia la mayoría de edad.
Debe tomar conciencia de si misma y de sus necesidades.
Hará falta mucha acción y perseverancia. Hará falta que las personas que en Asturies sí son “adultas” con respecto a la sociedad, eduquen y convenzan a las que en su minoría de edad societaria solo ven con admiración a su padre y tratan de emularlo en todo, difuminando así su propia personalidad.
Particularmente, creo que es posible, pues a mi modo de ver, la sociedad asturiana sólo está aletargada. Mi temor es que hay letargos de los que nunca se sale. Y peor aún, que el hogar en el que se encuentra Asturies, devora a sus hijos más débiles en favor de los fuertes.
Y quiero pensar que ningún asturiano quiere ser un hijo débil.
Quiero una Asturies mayor de edad.
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