Les principales ciudades de Asturies van gastar en ocho millones de bombillas el presupuesto que podría calentar -un poco al menos- 200.000 hogares
Nadie que me conozca puede dudar de que me gusta la Navidad. Contra toda lógica y pronóstico y en seria contradicción con mi natural ateo y antieclesiástico, el «Espíritu Navideño» me invade cada final de diciembre (en octubre aún no, lo siento, por mucho que se empeñen los centros comerciales) y empiezo a organizar reencuentros, paseos por la nieve, regalos y casadielles. Mea culpa.
Sin embargo, o precisamente por eso, me resultan particularmente aberrantes las iluminaciones navideñas. A título estético, porque la mayor parte del tiempo son solo una maraña de cables y bombillas apagadas sin gracia ni mérito, al contrario que otros tipos de decoración que se disfrutan 24 horas. Pero sobre todo, a título ético.
Las últimas noticias hablan de 4,5 millones de bombillas en Uviéu, 3,7 en Xixón, sin que haya gran diferencia entre un gobierno «de derechas» y otro «sociolisto». Más de 8 millones, solo en dos ciudades, suficientes para alumbrar todos los hogares asturianos. Estarán encendidas, todas las noches, durante un mes, con los precios de la luz más altos que nunca, en el que habrá en Asturies más de 200.000 familias que padecen pobreza energética (o pobreza, a secas) y que tendrán que decidir entre encender la estufa o comprar comida suficiente (adivinen qué elegirán, qué elegiremos); decenas de miles de hogares que se bañarán con agua fría, eso si, con parpadeos de colores por la ventana. Muy navideño todo.
A lo peor entendí yo mal de qué iba todo esto de la Navidad, paz en la Tierra, buena voluntad, cuidar de los niños sin techo que nacen en un portal ocupado, recibir con alegría esos señores que vienen viajando desde los confines del mundo, siguiendo un sueño, compartir y toda la pesca. Igual resulta que solo era una competición a ver quien pone más luces, quien gasta más dinero, quien paga más cenas.
Xicu Llamazares
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